Todo eso que se le había encendido, esa falsa vitalidad, esa euforia, todo que no era sino una irritación repentina y estéril, proveniente de la satisfacción de su resentimiento se apagó; se apagó tan repentinamente como se había encendido, y él se sintió otra vez el de antes, se volvió frío, se le cayó la máscara del amante, se quedó con su cara de ventrículo al desnudo. Así que no le restaba otra cosa que hacer sino irse. El asunto Rosaura, para él, estaba finito. Para él, pero no para ella. Para él era muy fácil. Un puntapié a las cenizas, media vuelta y si te he visto no me acuerdo. Pero no para Rosaura. Ella, en la trama de aquellos amores, había puesto algo más, mucho más, que un placer momentáneo, o que una pasión erótica. Había puesta su dignidad, su honra. En la trampa de aquella aventura, que para él podía no significar nada, ella había dejado su misma vida. Así que ella no podía coratar el idilio como se corta una rama seca.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario